En memoria a "La paranoia Vera"

miércoles, 11 de enero de 2012

Una Espiga en mi corazón

Tengo una Espiga clavada en mi corazón…
Esta podría ser una bonita frase para un poema con un ritmo ágil pero con un gusto amargo.
La verdad es que, durante unos días, me he quedado sin palabras, sin bohemias melodías, sin “me gustas” para el Facebook, sin un sueño por cumplir…
Volvía a Córdoba tras unos días de visitar mis bajos fondos y de desconectar y aislarme totalmente del mundanal ruido de las calles y las redes cibernéticas. La gran alegría de al volver encontrarme casualmente al bueno de mi amigo Juanma Prieto, contrastaba con la mala noticia que me daba: nuestra querida Espiga cerraba. Un gran desconcierto me sobrevino con la egoísta frase “si yo iba a tocar en La Espiga en marzo”; desconcierto al que, en breve, se sumó mi indignación, tan de moda en estos tiempos.
En estos días, desconcierto e indignación se han unido formando una coraza que guarda en su interior un nervio en mí que ya venía manifestándose desde hace tiempo. Un sentimiento de lucha contra la impotencia a la que nos empujan los que controlan estos tiempos; la trampa en la que, si ya he caído, nunca aceptaré; esa que a muchos lleva a pronunciar la frase “es lo que hay, no hay nada que hacer”. Y yo no es que me niegue a aceptar la realidad, sino que me niego a dejar de intentar cambiarla.
A penas he hablado con nadie más sobre este asunto, ni siquiera he escrito a la familia espigueña para interesarme personalmente y, hasta la pasada noche, ni siquiera tuve el valor para revisar el historial de sucesos y muestras de cariño que se desencadenaron desde que se hizo pública la noticia.
Pero, si algo sé, es que La Espiga no cierra por gusto. Aun en estos tiempos de “crisis” no  deja de llamarme la atención la falta de desconexión de las autoridades ante las personas e instituciones que reflejan la verdadera cultura cordobesa. Porque, dejémonos ya de gilipolleces e hipocresías: la “alta cultura” por la que abogaba en origen nuestra malograda Capitalidad, el enchufismo de artistas “padres y sobrinos de”, los festivales de mucho billete, mala forma y poco fondo que engalanan nuestra gloriosa ciudad por uno o varios días; el pagar grandes cifras a poetas de renombre que vienen a pasear su altivez y su entrepierna allá donde les llevan; el derroche de palabra pro cultura y la falta de acción real; el éxodo de nuestros jóvenes artistas fuera de nuestras fronteras para así cumplir sus sueños…
    … Nada de esto es, ni apoya, ni refleja, ni cuida, ni mantiene aquello por lo que somos envidiados en muchas otras ciudades de nuestras Españas: nuestro arte, nuestro caldo de cultivo, nuestros proyectos, nuestro ingenio…
Decir que La Espiga nunca cierra, es una verdad tan grande como el templo que para esta ciudad representa. La Espiga es música, poesía, tertulia, familia, bohemia y arte en general; todos somos y formamos parte de ella. Pero lo cierto es que, con su cierre, nuestra Córdoba cultural y social pierde otro de sus templos de referencia. Un templo que no está hecho de esa caliza intocable que emerge en nuestro suelo pero que, en nuestro pasado y presente más recientes, ha sido sede, referente y motor del ocio y la cultura en nuestra tierra. Y eso es algo que no desaparece con el cierre de un local. Y me repito:
Todos somos y formamos parte de La Espiga. Demostrémoslo.
 
Con todo mi cariño a Rafi y a toda la demás familia de La Espiga.